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Cegados Parte II
Fran SГЎnchez


Una gran catástrofe asola a la humanidad. Una intensa luz cegadora ilumina por unos instantes el cielo azul mediterráneo. Casi todos los habitantes se quedan ciegos, solo unos pocos logran escapar a esta situación. La novela, dividida en varias historias, narra cómo viven y reaccionan de forma diferente varios personajes en esta situación apocalíptica. Imagínate ciego, todo en el más absoluto negro, perdido en medio de la ciudad o en casa. Ningún servicio público funciona, nadie para socorrerte…





Fran SГЎnchez

Cegados Parte II




Cegados Parte II


Fran SГЎnchez


Tektime (2018)





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Etiquetas: Ciencia FicciГіn DistopГ­a, Apocalipsis, Postapocalipsis, DistopГ­a, Ciencia FicciГіn




Una gran catГЎstrofe asola a la humanidad. Una intensa luz cegadora ilumina por unos instantes el cielo azul mediterrГЎneo. Casi todos los habitantes se quedan ciegos, solo unos pocos logran escapar a esta situaciГіn.



La novela, dividida en varias historias, narra cГіmo viven y reaccionan de forma diferente varios personajes en estaВ situaciГіn apocalГ­ptica.



Imagínate ciego, todo en el más absoluto negro, perdido en medio de la ciudad o en casa. Ningún servicio público funciona, nadie para socorrerte…



Cegados


Parte II


Por Fran SГЎnchez


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Blog Cegados por los libros (http://cegadoslibros.blogspot.com.es/)


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Advertencia


CalificaciГіn por edades: mayores de 18 aГ±os


В© 2018 Francisco JosГ© SГЎnchez Contreras

В© Imagen de portada 2016 Francisco JosГ© SГЎnchez Contreras

В© Blog Cegados por los libros (http://cegadoslibros.blogspot.com.es/)

Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.

CalificaciГіn por edades: mayores de 18 aГ±os.

1.ВЄ ediciГіn

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Saga Cegados


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Roberto (Cegados) (https://www.draft2digital.com/catalog/230167)




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Episodio 1

Roberto






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LA ATRONADORA VOZ DE Sandra volviГі a resonar en su adormilado cerebro.

–¡Robeeerto!, que se hace tarde, levántate ya, que no llegamos —dijo con enfado—, es la segunda vez que te llamo.

–¡Uahhhh! —Se desperezó por fin.

–Baja, que ya te he puesto el desayuno, se van a enfriar las tostadas y, como siempre, llegaremos tarde.

Roberto, tras su protocolo matutino de descargas fisiológicas, lavado de cara, cepillado de dientes y peinado, se dispuso a elegir su vestuario del día. Hoy tocaban unos sencillos vaqueros azules y una cómoda camiseta roja estampada con la frase «Hoy no, mañana…» en letras grandes amarillas. Como hacía buena temperatura, incluso algo de calor, desechó la chaqueta y la volvió a colgar dentro del armario. Hizo la cama con desgana y bajó al comedor, temiendo un tenso desayuno.

Sandra ya habГ­a terminado y mientras recogГ­a su zona de la mesa, recriminaba a Roberto que siempre tenГ­an que ir con prisas. Si tenГ­a sueГ±o por las maГ±anas era porque no descansaba lo suficiente, por acostarse demasiado tarde por las noches. Roberto la mirГі con desdГ©n mientras engullГ­a el Гєltimo trozo de tostada, no replicГі, no querГ­a comenzar una discusiГіn. AdemГЎs, opinaba que Sandra tenГ­a razГіn, pero no podГ­a evitar entretenerse por las noches, siempre le surgГ­a algo, un programa de televisiГіn ameno, algo que leer o simplemente soГ±ar despierto con una reconciliaciГіn.

Tras apurar la taza, la dejГі en el lavavajillas junto a su plato, limpiГі su trozo de mesa y saliГі veloz hacia la puerta, donde Sandra continuaba metiГ©ndole prisa a base de voces.

–¡Que ya voy, pesada! —terminó por replicar Roberto.

Caminaban ligero intentando ganar tiempo, pero Roberto se quedaba rezagado. A esa hora siempre habГ­a bastante afluencia de vehГ­culos y peatones por las calles, gente que se encaminaba a sus trabajos, padres llevando a sus hijos a los colegios, repartidores de mercancГ­as ya metidos en plena faena.

DebГ­an cruzar la calle por un paso de peatones sin seГ±alizaciГіn semafГіrica y este cambio de acera siempre era muy conflictivo. Los conductores circulaban con prisa y era raro el que obedecГ­a la norma de preferencia de paso y menos en este concreto paso de peatones, famoso en la ciudad porque detenerse allГ­ era perder unos valiosos minutos, imprescindibles para no llegar tarde al destino. El torrente de viandantes tambiГ©n era numeroso por la cercanГ­a de varios colegios y si detenГ­as el automГіvil, el vaivГ©n incesante de peatones por ambos extremos te impedГ­a iniciar la marcha. Esta lucha casi titГЎnica entre peatones y vehГ­culos habГ­a generado mГЎs de una polГ©mica en la prensa local, obligando al ayuntamiento a establecer casi permanentemente un ГЎrbitro en forma de agente de la policГ­a local que regulaba como podГ­a aquel caos.

Aquella maГ±ana, por motivos desconocidos, la ausencia del agente provocaba que los vehГ­culos fueran ganando esta peculiar batalla.

–Es que no para ninguno —protestó Sandra—, ahora sí que llegamos tarde.

La detenciГіn obligatoria de un vehГ­culo de autoescuela ante el paso de peatones fue como un salvavidas para las numerosas personas que esperaban. La riada humana emprendiГі rauda la marcha en ambas direcciones encontrГЎndose en el centro, donde debieron esquivarse unos a otros para poder continuar.

–Sandra —llamó Roberto en el momento más inoportuno.

Ella no respondiГі.

–Con las prisas, he dejado el bocadillo sobre la mesa —susurró Roberto muy afligido.

–¡Roberto! ¡Otra vez!

Ella se detuvo al borde de la acera y le mirГі unos momentos, incrГ©dula. Cuando logrГі reaccionar, reanudГі la marcha.

–¡Vamos, rápido, Roberto! ¡Aprovecha y cruza ya!

Aquello le dio un poco de respiro ante la monumental bronca que Roberto adivinaba en el horizonte. DespuГ©s de cruzar in extremis, se detuvieron a los pocos metros.

–Primero, te tengo dicho mil veces que no me llames Sandra, así me pueden llamar los millones de habitantes del planeta, pero el único que tiene el privilegio de llamarme mami eres tú, así que usa esa potestad.

–¿Qué es potestad? —preguntó Roberto.

–No empieces a salirte por la tangente, lo buscas luego en el diccionario y así practicas.

–¿Qué es tangente? —insistía.

–No puedo contigo, no puedo —se lamentó Sandra con amargura—, no me haces caso, te acuestas tarde, te levantas tarde. Por tu culpa siempre llegamos tarde, tú al colegio y yo al trabajo, ya es la segunda vez esta semana que se te olvida el bocadillo. Ahora tenemos que parar en la tienda a comprarte algo, aunque me dan ganas de dejarte sin nada que comer, a ver si aprendes.

Roberto bajГі la mirada, vidriosa por las lГЎgrimas, y permaneciГі en silencio.

HabГ­a tenido una primera infancia muy feliz y sus padres habГ­an sido una gran pareja. Siempre animosos y alegres, en casa se respiraba buen ambiente. No tenГ­an problemas econГіmicos y se regalaban numerosas excursiones y viajes. Siempre pensando en la diversiГіn de su Гєnico hijo, habГ­an visitado todos los parques temГЎticos del paГ­s e incluso Disneyland ParГ­s un par de veces.

A Roberto no le faltГі nunca de nada, renovaban su videoconsola por la de Гєltima generaciГіn junto con las Гєltimas novedades en videojuegos, incluida la conexiГіn a Internet. Era la envidia sana de sus compaГ±eros de clase, menudas tardes de juegos se habГ­an raspado en su espaciosa casa. Sus siete fiestas de cumpleaГ±os habГ­an sido chulГ­simas, unas con magos, otras con payasos, otras en los mejores centros de ocio infantil de la ciudad. Hasta habГ­a sido el primero de su cole en conseguir un telГ©fono mГіvil de Гєltima generaciГіn; vamos, una pasada. Pero los tentГЎculos de la crisis econГіmica alcanzaron de lleno a la empresa de su padre, muy dependiente de la construcciГіn de viviendas. En un breve periodo de tiempo su mullido colchГіn financiero se habГ­a desinflado. Los ingresos habГ­an caГ­do en picado, los gastos por despido del numeroso personal mermaron la capacidad financiera de la empresa, las deudas y prГ©stamos bancarios les acosaron y unas desafortunadas inversiones provocaron el resultado definitivo del cierre total del negocio.

Su padre, sin trabajo, sin ingresos y con numerosas deudas, entrГі en una gran depresiГіn. La relaciГіn de pareja se deteriorГі en extremo, las discusiones eran continuas y cuando la situaciГіn era ya insostenible, se separaron.

Sandra, funcionaria de bajo nivel en excedencia, pidiГі su reingreso y con su sueldo conseguГ­a a duras penas pagar la desorbitada hipoteca. Con el resto vivГ­a al dГ­a, aunque podГ­a llorar por un ojo, otros lo estaban pasando peor que ella.

Roberto no se amoldaba bien a la nueva situaciГіn de escasez y estrecheces, acostumbrado como estaba a la abundancia, pero lo que peor llevaba era la ausencia de su padre. Por muchas explicaciones que su madre le daba, no comprendГ­a que su padre no viviera con ellos. AdemГЎs, la culpaba de ello, ya que era la que habГ­a tomado la iniciativa de la separaciГіn.

Гљltimamente, su madre apenas le dirigГ­a la palabra, excepto para ordenarle y regaГ±arle con frecuencia. Los fines de semana ya no hacГ­an nada interesante, ver la tele y jugar a solas con la videoconsola, ahora sin conexiГіn a Internet. En los turnos con su padre, peor todavГ­a. Este no levantaba cabeza y su obsesiГіn enfermiza consistГ­a en interrogarle una y otra vez sobre la nueva vida de su madre. SolГ­an ir a casa de sus octogenarios abuelos, donde ahora residГ­a su padre, y su Гєnica ilusiГіn era jugar con la pequeГ±a perrita, que tambiГ©n vivГ­a allГ­.

A Roberto le habГ­a cambiado el carГЎcter poco a poco. Se habГ­a vuelto mГЎs retraГ­do en general y mГЎs insolente con su madre, a la que dedicaba de vez en cuando una sonora rabieta. DormГ­a y descansaba peor por las noches, su rendimiento acadГ©mico era menor y ya no era tan popular en el colegio.

–Anda, vamos a la tienda de Miguel —claudicó Sandra—. Ya te has perdido la primera hora de clase y yo recuperaré mis horas alguna tarde.

La acompaГ±Гі en silencio, aunque no le gustaba esa tienda, bueno, lo que no le gustaba era Miguel, el dueГ±o. El sentimiento entre niГ±o y encargado era mutuo. Miguel era el tГ­pico tendero que tenГ­a que lidiar todos los dГ­as con seГ±oras de mayor nivel econГіmico y cultural que Г©l, por lo que sus temas de conversaciГіn eran pobres y sin interГ©s. Siempre recibГ­a a sus clientes con una sonrisa mГЎs bien tirando a mueca de lo falsa que era. PonГ­a muy buena cara a las madres, pero en los descuidos, o cuando acudГ­an solos, no disimulaba su mal carГЎcter con los hijos de sus clientas.

Al llegar a la tienda encontraron a Miguel en la puerta. Admiraba con deleite el flamante y vistoso cartel de supermercado que colgaba de la pared exterior del edificio. Era grande, excesivo, se veГ­a desde toda la calle, estaba satisfecho con la adquisiciГіn, aunque sus buenos dineros le habГ­a costado.

–¡Buenos días, señora! ¡Buenos días, chaval!

Saludaba dando pequeГ±itos golpecitos en la nuca de Roberto en gesto amistoso mientras entraban en el comercio. Roberto, al que no le gustaban demasiado esas familiaridades, no respondiГі.

–¿Otra vez se te ha vuelto a olvidar el desayuno? —dijo el comerciante metiendo el dedo en la llaga.

–Bueno, con las prisas ya se sabe —se disculpaba la madre.

–Isabel, ponle a la señora lo de siempre y cóbrale enseguida, que tiene prisa —ordenaba con desdén a su empleada.

Mientras su madre pagaba, Roberto, con disimulo, cogiГі una chocolatina y se la metiГі en el bolsillo del pantalГіn.

–Isabel, anótale también un euro por la chocolatina —ordenó tajante Miguel.

–¿Qué chocolatina? —preguntó sorprendida Sandra.

A Roberto le subieron las pulsaciones, en menudo lГ­o estaba a punto de meterse.

–La que su hijo se ha escondido dentro del bolsillo de su pantalón para no pagarla —acusó.

–¿Cómo dice? ¡Roberto, vacíate ahora mismo los bolsillos de los pantalones! —ordenó muy ofendida su madre.

Roberto titubeГі unos instantes, pero resignado se sacГі los bolsillos hacia afuera. ВЎMilagro! Inexplicablemente, estaban vacГ­os.

–Yo… creí…, perdón…, me pareció ver que agarraba una y después se ha metido la mano en el bolsillo —balbuceaba el tendero sin entender qué había sucedido.

–¿Pero quién se ha creído usted que es mi hijo?, es lo que me faltaba hoy, vámonos, Roberto.

Miguel, maldiciendo entre dientes contra el crГ­o, contemplaba atГіnito cГіmo se alejaban, fue lo Гєltimo que vieron sus ojos.

El intenso fogonazo de luz blanca sorprendiГі a Roberto y a su madre reciГ©n salidos de la tienda de Miguel.

Roberto aГєn caminaba por la acera sorprendido por desconocer quГ© habГ­a pasado con la chocolatina. ВЎQuizГЎs se habГ­a convertido en mago sin saberlo!

Cuando sus ojos no pudieron resistir mГЎs la brillante intensidad lumГ­nica, por instinto, su mano izquierda soltГі la mano de su madre para proteger su ojo izquierdo y su mano derecha soltГі la bolsa del desayuno para proteger su otro ojo. Se detuvo, permaneciendo allГ­ unos minutos, ambas manos sobre sus ojos, entre dolorido, asustado y sorprendido, sin reaccionar ni saber quГ© hacer. Tras los primeros minutos de la conmociГіn, comenzГі a reaccionar, lo primero que hizo fue llamar incesantemente a Sandra.

–¡Mami, mami, mami! —repetía y repetía—. ¡No veo! ¡No veo! ¿Dónde estás?

No obtenГ­a respuesta, su dГ©bil voz era apagada por el griterГ­o general. Tras el gran esfuerzo, sus cuerdas vocales le avisaron en forma de gallo afГіnico de que era el momento de tomar un descanso. Al detener sus gritos fue cuando se percatГі del gran alboroto que reinaba a su alrededor. Todo el mundo chillaba nombres, llamГЎndose unos a otros, emitiendo lamentos, pidiendo ayuda y todos coincidГ­an en que no veГ­an o se habГ­an quedado ciegos.

Las lГЎgrimas brotaron de sus ojos, que al secarse se iban convirtiendo en una especie de pasta legaГ±osa que soldaba sus pГЎrpados, impidiendo que estos se abrieran. Tras esperar un rato, decidiГі moverse un poco, pero se dirigiГі, desorientado, en sentido contrario, retornando hacia la tienda y alejГЎndose de su madre, que le buscaba desesperada unos metros mГЎs adelante.

Sandra caminaba muy enojada por el percance ocurrido en el pequeГ±o supermercado. ВЎDesde luego que no iba a volver a comprar allГ­ nunca mГЎs!, habГ­an perdido un cliente habitual.

De repente, la luz ambiental fue subiendo de intensidad poco a poco, gradualmente, hasta que se hizo insoportable, obligГЎndole a cerrar los ojos y, llevada por su instinto, a protegerlos con sus manos. Sin darse cuenta, dio tres pasos a ciegas, alejГЎndose de Roberto, que se habГ­a detenido unos metros atrГЎs. Le costaba abrir los pГЎrpados, pero eso era indiferente, ya estaba ciega. En cuanto se repuso un poco de la impresiГіn del fenГіmeno, su instinto maternal le hizo buscar a su hijo. Le llamГі con desespero por su nombre, aunque entre la algarabГ­a, peticiones de socorro y los pitidos de los vehГ­culos, era muy difГ­cil escuchar una respuesta. AvanzГі de nuevo unos pasos a ciegas, le pareciГі oГ­r mГЎs adelante una voz de niГ±o gritando В«mamiВ», siguiГі avanzando a tientas hasta que tropezГі con la voz.

–¡Roberto! —le llamó desesperada.

–¿Dónde está mi mamá? —respondió la desconocida voz infantil.

–Espera un poquito más aquí, cariño, ahora vendrá tu mamá —le consoló.

Sandra ignoraba que Roberto se habГ­a quedado atrГЎs y cada vez se alejaban mГЎs el uno del otro. AvanzГі unos pocos pasos mГЎs muy despacio, con mucho miedo, en absoluta oscuridad, sin percibir el desnivel del terreno, salvado por unas escalinatas. PerdiГі el equilibrio, cayГі rodando por ellas y al llegar al final quedГі inmГіvil, inconsciente por un fuerte golpe en la cabeza, marcado por un enrojecido hematoma.

Roberto erraba por la calle dando bandazos sin rumbo fijo. De pronto, una fuerte y prГіxima explosiГіn le sobresaltГі y lo derribГі. En el suelo, se protegiГі la cabeza y una lluvia de pequeГ±os desechos metГЎlicos y plГЎsticos cayeron sobre Г©l. A pocos metros, un proyectil de chatarra se estrellГі con fuerza en el pavimento. Roberto, tras recuperarse un poco del susto, se levantГі indemne, salvo por la mancha hГєmeda de orines en su pantalГіn.

Avergonzado, siguiГі su agobiado e incierto camino y se acercГі a unas voces cercanas, tropezando con la pierna de un seГ±or. Se agarrГі a ella con fuerza, estaba blandita, notГі la presencia de otras personas, pidiГі a gritos ayuda una y otra vez, pero aquel seГ±or y los demГЎs cayeron al suelo y rodaron por la calle un poco. Roberto no tuvo mГЎs remedio que soltarse para no hacerse mГЎs daГ±o.

Estaba algo cansado, asГ­ que se arrastrГі hasta que llegГі a una pared junto a la que se sentГі, apoyando su espalda en el fresco mГЎrmol. AllГ­ se quedГі un buen rato, triste y pensativo.

El bastГіn le golpeГі inesperadamente en el tobillo.

–¡Ay! —se quejó Roberto.

–Perdón, ¿está usted ciego? —le interrogó la desconocida voz.

–Sí, no veo nada, por favor, ayúdeme, no encuentro a mi mami.

–Vaya, chico. Cuéntame un poco qué te ha pasado.

EscuchГі con interГ©s el corto relato del niГ±o.

–Pues todo está patas arriba —contestó el ciego con bastón—, todo el mundo está ciego y tu madre seguro que también lo estará.

–¿Mi mami también está ciega? —preguntó incrédulo.

–Yo soy ciego y toda la fila que va tras de mí también está ciega, así que no te podemos ayudar a encontrarla.

–¿Y qué hago? —preguntó el desvalido niño.

–Bueno, mira, si quieres te puedes venir con nosotros. Vamos a un centro médico a pedir ayuda. Colócate el último de la fila, agárrate de la mano de la persona de delante y ve haciendo lo que él te diga.

Roberto se levantГі y fue pasando poco a poco por la decena de personas que formaban la fila hasta llegar al Гєltimo y le agarrГі la mano con fuerza, como si le fuese la vida en ello.

–Niño, no me agarres tan fuerte la mano, relaja, que me la vas a partir —dijo aquel hombre malhumorado.

Roberto aflojГі la mano y no dijo nada. PrefiriГі no abrir la boca, ya que habГ­a reconocido la voz de aquel individuo.

–¿A qué huele?, qué peste, niño, ¿es qué te has meado?

La fila se puso en marcha, avanzaban algo lentos.

–Niño, ¿es que además de ciego eres mudo?, contesta…

–No —respondió un lacónico Roberto.

Cuando el primer ciego encontraba un bordillo, un obstГЎculo o una anomalГ­a, se lo comunicaba al ciego de atrГЎs y este al de detrГЎs. AsГ­ hasta que el mensaje pasaba por toda la cola y llegaba a Roberto. El ciego de delante de Roberto no hacГ­a mГЎs que quejarse, que si le tiraba de la mano, que si olГ­a mal. AdemГЎs, los mensajes que daba no eran claros y la mayorГ­a a destiempo e incluso en varias ocasiones tuvo que asir su mano con fuerza para no caerse.

–Niño, que ya te he dicho antes que no me agarres tan fuerte, además te suda la mano —protestaba.

–Es que me iba a caer —replicó.

–¡Esa voz!, yo la conozco, pero si es el roba chocolatinas.

–No, no, se equivoca usted, no le conozco —respondió.

–Vaya que sí, eres tú. Esta mañana me has dejado en muy mal lugar, te vas a enterar…

Roberto se asustГі, se puso muy nervioso y, temiendo la venganza de Miguel, el tendero, se soltГі de la mano y echГі a caminar en otra direcciГіn.

–¡Apestoso! ¿Qué haces? ¡Ven aquí!, ¡ven aquí, te digo! ¡Qué vengas! —bramaba.

Roberto escapaba lo mГЎs rГЎpido que podГ­a. TropezГі varias veces, aunque se levantГі y continuГі. Con el hombro golpeГі el cartel de advertencia peligro por obras y casi perdiГі el quilibrio, pero siguiГі de frente. ResbalГі de culo por el terraplГ©n hasta que se detuvo en el fondo, al lado del vehГ­culo que habГ­a destrozado la valla perimetral de la obra. Roberto nunca se percatarГ­a de la presencia del cadГЎver sentado en el asiento del conductor.

El edificio a medio construir era un legado de la famosa crisis econГіmica e, ironГ­as de la vida, promovido por el padre de Roberto. Sobre el descampado se erguГ­a el esqueleto de cuatro plantas de las seis proyectadas. El terreno estaba algo embarrado y aГєn quedaban restos de charcos, hacГ­a un par de dГ­as habГ­a caГ­do una gran tormenta en la ciudad.

Estaba algo dolorido y araГ±ado, con los nervios le entraron ganas de defecar. Se bajГі los pantalones y se colocГі en cuclillas, mientras obraba su mano rozГі un plГЎstico depositado sobre la pernera interior del pantalГіn. CogiГі el hГєmedo envoltorio, dentro se adivinaba algo blando y alargado. Roberto reconociГі la famosa chocolatina perdida, la devorГі con ahГ­nco en un instante. El misterio quedaba resuelto, por un descosido del bolsillo del pantalГіn se habГ­a colado hasta el final de la estrecha pernera.

La ingesta de azГєcar le dio sed, lo cual solucionГі bebiendo de uno de los sucios charcos de agua estancada. DeambulГі, tropezando, por el nuevo entorno durante horas y la Гєnica salida viable era una rampa de tierra por donde entraban los camiones. La puerta vallada, cerrada con una cadena y un candado, estaba intacta. El alud por donde habГ­a caГ­do tenГ­a mucha inclinaciГіn, era imposible para un niГ±o ciego y dГ©bil trepar por su pendiente. Se acurrucГі en una esquina de la obra a dormir. Estaba muy cansado, hambriento, magullado y erosionado. LlorГі un rato mientras pensaba en su mami, hasta que se durmiГі.

Le despertГі el rugido de su estГіmago y lo achacГі a lo hambriento que estaba, pero el calambre continuГі hacia los intestinos y, sin darle tiempo a reaccionar, una intensa diarrea invadiГі su ropa interior. Se sintiГі asqueado, no tuvo mГЎs remedio que quedarse desnudo de cintura para abajo, aunque no pudo limpiarse los restos adheridos a la piel y el mal olor se le quedГі impregnado. Las molestias intestinales cursaron durante todo el dГ­a. La noche le volviГі a sorprender en una pГ©sima situaciГіn, sin comida ni agua, cada vez mГЎs dГ©bil, sucio y harapiento. Le dio frГ­o y unas dГ©cimas de fiebre le provocaron una gran tiritona.

La subida de temperatura ambiental le anunciaba un nuevo dГ­a. Aquella maГ±ana apenas podГ­a moverse y habГ­a dormido fatal. Se habГ­a acostumbrado a su mal olor, pero no a la nube de moscas que siempre le acompaГ±aba y le sorbГ­an sin parar la comisura de los labios.

Su hambruna y su deshidrataciГіn le obligaron a moverse para sobrevivir. ComiГі un poco de verde de unos matorrales y volviГі a beber agua del putrefacto charco. Se refugiГі de nuevo en la sombra a descansar y durmiГі durante todo el dГ­a para intentar reponer fuerzas.

Las templadas caricias de los rayos de sol del nuevo dГ­a le despertaron. La diarrea volviГі a hacer acto de presencia. Su zona de descanso estaba sembrada por numerosas defecaciones y las pegajosas nubes de moscas le hacГ­an la vida imposible, ya no quedaba un sitio limpio. OptГі por buscar otro refugio dentro de la parcela en obras para organizarse mejor, como intentar realizar sus deposiciones siempre en el mismo lugar. Al salir al exterior escuchГі un leve ruido.

–¿Quién anda ahí? Por favor, ayúdeme, estoy ciego, tengo mucha hambre y sed, estoy enfermo.

IdentificГі el sonido de varios gruГ±idos mientras una dentellada en la pantorrilla le hacГ­a soltar un fuerte alarido. El siguiente mordisco lo recibiГі en el brazo y el fuerte tirГіn del rabioso perro le revolcГі en el suelo.

Roberto resultГі una presa fГЎcil para la famГ©lica jaurГ­a de perros ciegos, que contaban con ventaja gracias a su desarrollado olfato y su finГ­simo oГ­do. El lГ­der de la manada le asestГі un mordisco en el cuello, sus colmillos seccionaron la yugular y un caГ±o de sangre a borbotones regГі el lugar. La jaurГ­a babeaba ansiosa por darse un festГ­n.




Episodio 2

El examen






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SUENA EL DESPERTADOR, pero Manuel ya estГЎ con los ojos abiertos, ha dormido regular, inquieto, siempre que tiene examen descansa mal por miedo a dormirse, a llegar tarde.

Lo tiene todo organizado y esquematizado, levantarse a las siete, asearse y vestirse con rapidez, un ligero y rГЎpido desayuno. Llevar el coche a la gasolinera, rellenar el depГіsito de combustible y limpiarlo a base de unos manguerazos con la pistola de agua. Un secado rГЎpido en los cristales de todas las ventanillas con papel de un gran rollo que siempre lleva en el maletero. Sin olvidarse de los seis retrovisores, la buena visibilidad es un elemento importante. Aunque es temprano, ya hace calor, el esfuerzo fГ­sico por frotar con rapidez las superficies pulidas le hacen sudar un poco. Si el dГ­a no refresca, tendrГЎ que poner el aire acondicionado, esto es un contratiempo, porque resta potencia al vehГ­culo y es mГЎs fГЎcil que se cale el motor.

Son las siete y cuarenta, tiene el tiempo justo de recoger a Susana y a Pedro para dirigirse al punto de reuniГіn, que cambia cada semana, estГЎn citados a las ocho. Hoy corresponde el puente de las Almadrabillas, al lado del Club de Mar y la Escuela NГЎutica. Una de las ventajas de vivir en esta pequeГ±a ciudad es que las distancias en coche no suelen ser muy largas.

Llega puntual a la puerta de la autoescuela Rial, ubicada en una plaza muy cercana a unos famosos y desaparecidos multicines. Sus alumnos esperaban nerviosos, fumando uno y comiГ©ndose las uГ±as otro.

–Buenos días, ¿cómo estáis?, hay que tranquilizarse, relajaos. Lo primero, como os dije, necesito vuestros documentos de identidad y los tiques de examen.

Susana y Pedro los buscaron en su bolso y en su cartera, respectivamente, y se los entregaron a su profesor. Manuel revisГі los documentos comprobando lo mГЎs importante, la fecha de expiraciГіn y que los datos y fotos correspondieran a sus alumnos. No era la primera vez que algГєn alumno se dejaba el DNI olvidado en casa o desconocГ­a que su documento de identidad debГ­a ser renovado, en ambos casos era imposible realizar el examen. Los funcionarios de la DirecciГіn General de TrГЎfico eran inflexibles con las normas, no dejaban pasar ni una.




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